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Revista Toma Lo Tuyo

Good Music And Bad Music

Creo cada vez menos que hay música buena y música mala.

A vuelo de pájaro en internet, al echar a la hoguera de Google los términos “good music and bad music”, las primeras cosas que aparecen como resultados son dos famosas citas de músicos de jazz. 

La primera cita que me aparece es de Duke Ellington: 

Hay dos tipos de música: la buena música y la otra música…

Esta no necesariamente implica que “la otra música” sea mala, aunque el mundo percibe todo tan a blanco y negro que sería fútil intentar darle algo de color a dicha apreciación. 

La siguiente acotación en google es de Louis Armstrong: 

Hay dos tipos de música: la buena y la mala. Yo toco la buena”. 

Ambas observaciones sobre la calidad de la música provienen de dos virtuosos artistas. Ambos artistas empujaron las fronteras de lo que se conoce como Jazz. Ambos son casi contemporáneos en sus fechas de nacimiento y de muerte, y sus obras son, por lo tanto, sumamente significativas de la cultura popular del siglo veinte. Pero ¿a qué música se referían cuando hablaban de “mala” música? ¿Se referían a la de algún colega, a la de algún competidor, quizá? Y si es así, ¿cómo saber si sus rivales eran mejores o peores que ellos? 

Es irónico que dos jazzistas como Armstrong y Ellington se atrevieran a hablar de buena y de mala música, cuando el jazz es por naturaleza la música más mestiza, híbrida, improvisada, disonante y por lo tanto, difícil de calificar del mundo. 

Además el jazz se origina donde se producen todas las músicas populares: en el estrato 1 de las clases sociales. Este origen hacía del jazz una música buena a ojos de cierto segmento de la sociedad (la clase baja y la clase trabajadora) y mala a ojos de otra (la clase dirigente y la élite). 

Si a este párrafo previo le agregamos que el género nace a manos de las negritudes en la excesiva época conocida como “los rugientes Años Veinte”, y que en dicha época de movilización urbana y consumo masivos el hombre negro era un ciudadano de segunda clase y de mucho más bajo estrato que el más pobre de los blancos, vamos abultando las razones en contra del jazz como música “buena”. 

Parte esencial de lo que los historiadores asocian con los “rugientes Años Veinte” es su conexión con la sexualidad, el libertinaje, el baile, el alcoholismo y la drogadicción. Todas estas actitudes y comportamientos, producidos por la masificación de la cultura a manos de la radio se reflejan en el jazz de la época. Y es así como el género termina siendo malo por motivos más que estéticos, al estar estrechamente relacionado con conductas moralmente objetables. 

Al igual que toda música popular nacida por fuera de los círculos dirigentes, la música jazz era vista como “música del diablo”, o “música del mal”. La utilización constante de los conceptos “Devil’s Music”, “Negro Music” e “Evil Music” para disuadir al público blanco de oír música negra es similar a la forma como el diccionario define todas las cosas negras: la magia negra es mala, el humor negro es malo, el negro es la ausencia de luz, el negro representa la oscuridad, el negro representa la maldad. La música negra, entonces, era “música mala.” 

Pero con el transcurso del tiempo – y como suele suceder con muchos aspectos humanísticos – los artistas de jazz se convirtieron en patrimonio cultural de los Estados Unidos, después de haber sido satanizados durante gran parte de la década de los años veinte y los años treinta. Y el jazz, esa música de negros y de hampones, de lesbianas y de homosexuales, de alcohólicos y de drogadictos, adquiere un valor estético superior al entrar a hacer parte del gusto de las esferas dirigentes. Curiosamente, son artistas como Louis Armstrong quienes comienzan a usar el término “mala música” para referirse de forma estética a un juicio de valor enteramente basado en el origen y las aparentes repercusiones morales de la música en la sociedad. 

De la misma manera que el jazz fue crucificado más por sus nexos a ciertos comportamientos, sectores e individuos de la sociedad que por sus características estéticas, pasó con el rock and roll en la década de los cincuenta. 

La aparición de los músicos de rock and roll fue un golpe devastador para artistas de épocas previas – en especial para los músicos de jazz, probablemente porque la moda ya no hacía parte del contexto en que el jazz se movía y el rock and roll, sí. 

Sucede una y otra vez en el surgimiento de las músicas populares que cuando son absorbidas y aprobadas por las clases sociales más altas, pierden su carácter original y por lo tanto, su valor popular. Es decir, pasan de moda y se extinguen. Le pasa en estos momentos al rock, como le pasó al jazz. 

En 1957, refiriéndose al aporte de los Estados Unidos a la cultura de la música mundial en la revista parisina Western World, Frank Sinatra escribió: 

Mi único pesar profundo es la insistencia de las casas discográficas y estudios cinematográficos en distribuir la forma de expresión más brutal, fea, degenerada y viciosa que haya tenido el disgusto de oír: naturalmente me refiero al rock ‘n’ roll. El rock ‘n’ roll fomenta reacciones casi totalmente negativas y destructivas en la gente joven. Huele ficticio y falso. Es cantado y escrito en gran parte por una cantidad de cretinos y sus letras son indecentes, obscenas y sucias, y es la música marcial de todo delincuente que camine sobre la faz de la tierra. Deploro ese afrodisiaco rancio. Pero a pesar del rock, la contribución de la música norteamericana al mundo puede decirse que ha tenido los efectos más sanos de todos nuestros aportes.

Quítele a este texto de Sinatra la palabra ‘rock n’ roll’ y agréguele su odio contemporáneo puntual: póngale ‘champeta’, ‘vallenato’ ‘EDM’ o ‘reggaetón’; ahí tiene usted un prejuicio perfecto, intacto y a la orden del día.

Aún así son pocos los argumentos de carácter estético que nos permitan decir, a partir de la furiosa opinión de Sinatra, que el rock and roll es mala música y el jazz es buena. De la misma forma que no hay cómo establecer precisamente a qué se refería Duke Ellington cuando dijo “la otra música”, ni mucho menos qué tipo de música aborrecía Louis Armstrong. Sinatra, sin embargo, conecta ambas apreciaciones sobre la “calidad” de la música a través de juicios de valor nacidos en aparentes falencias morales del género – que es vulgar, que es lascivo, que es sexualmente explícito – y que por lo tanto es peligrosa su cercanía a la adolescencia, pero se queda corto al mencionar la carencia de aptitudes de quienes lo interpretan. 

Esto último -la cercanía de la adolescencia al rock and roll, o vice versa-, define también el surgimiento de una nueva audiencia, de una nueva generación y por lo tanto, de un relevo en todos los sentidos, algo que sospecho que a Sinatra no le gustaba para nada, en especial teniendo en el mapa a un joven y apuesto Elvis Presley como competidor. Pero no porque Elvis fuera “malo”, sino porque era obvio que estaba mucho más de moda que Frank. A Sinatra no le molestaba que las chicas tuvieran sueños mojados: lo que odiaba era que ya no fuera él el protagonista de ellos, sino Presley. 

El debate en manos de los rockistas es un bizantino y aburrido conversatorio que no merece la atención. Podemos decir que hay canciones mal interpretadas, o que hay músicos mediocres, quizá; incluso, afirmar que hay música buena y música mala, pero comprobarlo resulta imposible. Aterrizar en el purismo con el que se aprecian épocas previas para definir fenómenos musicales del presente, nada tiene que ver con el verdadero placer de oír música y por eso, en una próxima conversación sobre ella, resultaría más provechoso hablar de la que nos gusta y la que no, ya que la música buena y la mala no existen sino en nuestros propios oídos y cerebros.

Fuente: themusicpimp.com

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